Por Aliné Santana, IDEP Salud ATE Argentina
A dos años del comienzo de la pandemia ocasionada por el Covid-19 y el consiguiente aislamiento las consecuencias en la salud mental aún son inciertas. Las únicas cifras referidas a esta problemática son escasas y alarmantes, especialmente si hablamos de las infancias y adolescencias, quienes vieron fuertemente afectado su bienestar emocional.
Son muchos los factores a tener en cuenta para poder dimensionar los efectos de la pandemia: la incertidumbre, el miedo, el aislamiento. También es necesario hablar de la vulneración más cruda: el hambre y la falta de acceso a servicios esenciales.
En el año 2.021, UNICEF presentó un Informe regional de América Latina y el Caribe sobre el estado de las infancias donde se indica que cerca del 50% de los adolescentes de entre 10 y 19 años manifiestan ansiedad y depresión. Aún más alarmante, es que el suicidio es la tercera causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años. Asimismo, una investigación sobre el efecto en la salud mental de Niños, Niñas, Adolescentes COVID-19 en la Argentina, realizada por la misma organización, concluye que las y los adolescentes se vieron mayormente afectados emocionalmente, especialmente por la pérdida de proyectos, la disminución de sus posibilidades de participación y la construcción de vínculos sociales.
Una encuesta publicada recientemente por Cruz Roja Argentina, realizada a más de 750 jóvenes de entre 13 y 15, demostró que más del 53% de las personas consultadas vio afectado su bienestar emocional y esto se evidencia en problemáticas concretas como el cansancio, la falta de concentración, la dificultad para revincular socialmente, el malhumor, etc. Asimismo, se demostró que estas problemáticas se hacen más presentes en las mujeres o en personas que tuvieron covid o cuyos familiares se enfermaron.
Como sociedad, todavía nos resulta difícil dimensionar los efectos de estas medidas de aislamiento y especialmente de la pandemia. Durante los momentos más críticos, los esfuerzos se han puesto en frenar el virus, mientras que el resto de los servicios de salud fueron desatendidos y en algunos casos, directamente suspendidos. Los servicios públicos de salud mental, no son la excepción: la mayoría de los trabajadores de estas áreas afirman que vieron completamente reducido su funcionamiento y que han sido desfinanciados.
Hoy volvemos a la “nueva/vieja” normalidad y pareciera que como sociedad, la mejor forma que encontramos para dejar atrás aquellos días, es no hablar de todo lo que nos pasó ni cómo pudimos transitarla. Es decir ¿por qué está mal hablar de ansiedad y depresión? ¿por qué intentamos negar todo lo que sufrimos viendo y viviendo frente a un virus arrasador? y por último, ¿por qué no se habla que en estos tiempos no hubo políticas públicas, plasmadas en programas y acciones concretas para abordar y tratar estas cuestiones?