Por Matías Rodríguez, Prof. de Historia y militante del PCR (Mar del Plata)
América Latina vive un punto de inflexión, el golpe a Evo Morales en Bolivia y la posterior represión de odio racista y clasista marca que las conquistas de los pueblos se consiguen a sangre y fuego y se defienden a sangre y fuego.
El triunfo de Bolsonaro en Brasil en octubre de 2018 abrió interrogantes sobre la etapa que transita nuestra región. Escribíamos en ese momento “Las causas de su triunfo son parte de una tendencia global y regional. La extrema derecha, con un falso discurso anti sistema y anti política consigue apropiarse del descontento popular. En un mundo profundamente desigual y alienado, estos personajes logran sintonizar con esas enormes insatisfacciones” (Revista Chispa, octubre 2018). Al mismo tiempo, empezaron a producirse síntomas de cambio, el triunfo de AMLO en México servía de contra peso. Este año una oleada rebelde, con los pueblos en las calles de Puerto Rico, Haití, Ecuador y las masivas e históricas movilizaciones en Chile, el triunfo del Frente de Todxs en Argentina y la liberación de Lula en Brasil parecen inaugurar una contraofensiva popular. Pero este tiempo no es lineal. El golpe en Bolivia es un golpe a las esperanzas de millones en la región y en el mundo. Es un punto de inflexión, su desenlace esta abierto porque quienes fueron el motor de los enormes cambios: indígenas, campesinos y campesinas y la clase obrera boliviana están de pie en defensa de sus conquistas. Pero en los últimos días, la represión militar a la orden del autoproclamado gobierno de Jeanine Añez se lleva la vida de decenas de luchadores y luchadoras y exige que hagamos más firme la solidaridad y logremos aislar a este golpe racista y entreguista.
El imperialismo yanqui vinculado a los grandes grupos económicos, terratenientes y las élites locales de derecha, trabajan para organizar y coordinar fuerzas sociales y políticas y provocar desestabilizaciones. El golpe en Bolivia desnuda las nuevas formas de la reacción, que tienen como objetivo desplazar del poder a las diversas experiencias populares que intenten decidir sobre sus propios destinos. Lo hacen “institucionalmente”, vía “golpes blandos” bajo las hipótesis de los cinco pasos de Gene Sharp que combinan: generar un clima de malestar destacando hechos de corrupción, intrigas o divulgación de falsos rumores, intensas campañas con acusaciones de totalitarismo contra el gobierno, operaciones de guerra psicológica creando un clima de “ingobernabilidad” y, por último, forzar la renuncia del Presidente de turno, mediante revueltas para controlar las instituciones, mientras se mantiene la presión callejera, preparan el terreno para una intervención militar. La estrategia de estas derechas es el enfrentamiento social, dividir a los pueblos para recuperar o profundizar sus privilegios .
A su vez, trabajan sin descanso por asumir la conducción político-moral transformando sus valores dominantes en los valores de todos. Lo que hace a la disputa ideológica un terreno fundamental para la lucha de clases. Las fuerzas populares tienen en sus genes la movilización social. Los movimientos sociales han tenido la capacidad de contrarrestar esta ofensiva reaccionaria con base territorial, autonomía organizativa, revalorizando la identidad y apelando a nuevas formas de lucha. La disputa se agudizó y se agudizará aún más.
Atrás del humo y de las balas esta el litio. “El oro del futuro” esta en Bolivia y en América Latina. “El Mercosur controla las mayores reservas energéticas, minerales y de recursos hídricos del planeta. Pasó a ser el bloque con mayores reservas mundiales de petróleo y el 55% de las reservas de litio” (Revista Chispa, octubre 2018). La disputa interimperialista por los recursos naturales y la explotación de mano de obra barata es un elemento que no podemos dejar de seguir. Detrás de los Camacho esta el gas y el litio, que viene abrirle las puertas a los pulpos imperialistas que las nacionalizaciones del 2006 les había cerrado.
Argentina. “Detrás de los votos estaban los adoquines del empedrado”
Luego de cuatro años de luchas y movilizaciones de masas, con diciembre de 2017 como punto de quiebre, se logró derrotar al macrismo, con el triunfo electoral del Frente de Todxs. Este es el principal punto que hay que jerarquizar. La campaña mediática se esfuerza por mostrar un “equilibrio” para tapar la derrota macrista y condicionar la agenda del nuevo gobierno.
Como afirmaba Marx que detrás de los votos estaban los adoquines del empedrado. El Frente de Todxs fue la síntesis política de las luchas populares de un movimiento social muy poderoso: con un movimiento obrero sindicalizado con pocas comparaciones en el mundo, un afianzado y unificado movimiento de desocupados, de la economía popular y excluidos que es una originalidad internacional (con los “cayetanos” como máxima expresión), un movimiento feminista, de mujeres y disidencias que combina radicalización con masividad, e inumerables experiencias de organización y lucha popular. Estas luchas empalmaron en el Congreso con diputados y senadores que votaban contra la reforma previsional, las leyes de emergencia social o la legalización del aborto. A todo esto se fue sumando la unidad de un peronismo y kirchnerismo hasta entonces fragmentado con un enorme caudal electoral y la participación en el frente de fuerzas progresistas y de izquierda.
Toda esta fuerza fue necesaria para derrotar a un gobierno y a una fuerza político-social muy dura que no podemos subestimar y que sigue dando batalla. Pese a estas grandes luchas y a una profunda crisis económica y social, el macrismo cuenta con una importante adhesión. En el final de su campaña logró movilizar a cientos de miles en Córdoba y la Capital, polarizando en un ballotage adelantado. Así, logró ser el único vehículo capaz de conectar y representar no sólo al antiperonismo sino a una visión del mundo liberal-capitalista que disputa a fondo las subjetividades. Demostrando que el macrismo no era/es un accidente histórico sino la expresión y el signo de corrientes sociales profundas, con paradigmas individualizantes y meritócratas, que empuja a la fragmentación, y se coloca en la larga historia de impugnaciones a las experiencias nacionales y populares, que desde su punto de vista aún quedan por “civilizar”, en lo que hoy llaman un “país normal” como un refrito de la díada “civilización o barbarie”. Sistemáticamente atacando contra todas las formas de comunidad y de lucha que anidan en la historia y el presente de nuestro pueblo y de la región. Asimismo, podemos afirmar que el 40% que votó al macrismo no piensa así, pero las derechas con sus voceros, grupos mediáticos e intelectuales trabajan junto a los grandes grupos económicos concentrados e imperialistas para fracturara las sociedades, y así, poder recuperar sus privilegios.
Un mundo dividido en dos
Por todo esto podemos afirmar que se van cristalizando agrupamientos político/sociales e ideológicos que se disputan desde la calle a las instituciones y que expresan visiones del mundo antogónicas. Este fenómeno parece exceder a nuestro país, es producto de la crisis del capitalismo neoliberal y globalizado que empujaron los imperialismos desde hace décadas, y que se agudizó luego de la crisis capitalista mundial del 2008.
A partir de mediados de los años 70, el mundo experimentó enormes cambios. Hubo un pasaje desde la producción industrial tradicional a una cultural “posindustrial” de consumismo, comunicaciones, tecnología de la información y auge del sector de servicios. Los mercados se desregularon y el movimiento obrero fue objeto de una salvaje ofensiva legal y represiva.
Los grandes monopolios amparados por sus Estados imperialistas optaron por distribuir la producción por todo el planeta en busca mayores fuentes ganancias. Se deslocalizó la producción industrial hacia países de salarios bajos, principalmente al sudeste asiático y China. A raíz de esta movilidad global y las guerras, se produjeron migraciones internacionales masivas y, con ellas, el resurgimiento del racismo en respuesta la afluente migratorio a países desarrollados. El triunfo de Trump en Estados Unidos y el giro a la derecha en Europa es síntoma/consecuencia de estos cambios.
Los países dependientes fueron sometidos a un régimen de explotación brutal de su mano de obra, a la privatización de servicios públicos, a endeudamientos extremos y a recortes en educación y salud. Se fueron generando masas de excluidos y marginados del sistema.
El escenario era propicio para el ascenso de Reagan y de Thatcher, quienes ayudaron a desmantelar el tejido industrial tradicional, a coartar al movimiento obrero, a dejar que el mercado lo decidiera todo, a fortalecer el brazo represivo del Estado y a capitanear una nueva filosofía social: la del consumo y la codicia. Con la cultura del posmodernismo y su rechazo de los llamados grandes relatos y se anunciaba el “fin de la historia”, fue el convencimiento de que el futuro iba a ser simplemente más de lo mismo.
Hay quienes afirman que este ciclo neoliberal y neoconservador comenzó en Chile con el golpe de 1973, con las dictaduras y el terrorismo de Estado de los Pinochet y los Videla, con el Plan Cóndor. Para ello tuvieron que eliminar a trabajadores de vanguardia y generaciones de rebeldes, para luego reestructurar las técnicas de producción, privatizar, concentrar riquezas, destruir el medio ambiente y profundizar la desigualdad al punto que hoy se ha naturalizado la “pobreza estructural” y niveles de desigualdad jamás vividos. Luego de la desintegración de la URSS la revancha reaccionaria del capital fue brutal. Pero las reservas de lucha en nuestro continente han sido enormes, desde el levantamiento zapatista en 1994, comenzó un ciclo ascendente de luchas que impulsaría hacia la izquierda a la política latinomaericana. El ciclo de gobiernos populares, progresistas, de socialismo de siglo XXI en latinoamerica, fue la respuesta que encontraron los pueblos para condensar políticamente las luchas antineoliberales. Luego de la crisis del capitalismo mundial en el 2008, el ciclo virtuoso de venta de materias primas e hidrocarburos entró en crisis. Con ella, entraron en crisis estas experiencias. No se logró una nueva etapa que tenga un contenido de impugnaciones anticapitalistas y enfrenten con mayor volumen la ofensiva reaccionaria. Las limitaciones de estos gobiernos, que combinaron redistribución del ingreso sin romper con la dependencia, que combinaron oposición al imperialismo yanqui con extractivismo y apertura a capitales de otros imperialismos fueron limites que debemos superar en la próxima etapa que debe mantener un activo protagonismo popular para romper con la dependencia, que exige ir a fondo contra el colonialismo interno, que en países como Bolivia se expresa en odio racial al indígena y en Argentina como racismo económico, encarnado en el odio a los pobres.
En Chile donde comenzó esta etapa tan oscura pareciera que su pueblo ha decidido iniciar su final, debemos acompañar este ímpetu liberador.
Este escenario condiciona las realidades nacionales y regionales, hay un hilo conductor que nos exige ubicarnos de un lado o de otro. Ya no se trata de una polarización exclusivamente política, hay una fragmentación social con concepciones del mundo contrarias donde los voceros de estas derechas pregonan el odio, la violencia racista, la fobia a los pobres y el anticomunismo. Lo que hace a esta una situación peligrosa y muy frágil, ya que alientan el miedo y el odio.
El ciclo de las derechas latinoamericanas, alineadas a Estados Unidos, parece haber entrado en una crisis más veloz de la cualquiera hubiera creído. Pero la respuesta que han dado con el golpe en Bolivia vuelve a la región muy inestable. Se va consiguiendo triunfos sobre las derechas en la región, pero no se las logra quebrar. Esta realidad muestra la necesidad de fortalecer los partidos y organizaciones revolucionarias, que tengan como eje principal el protagonismo obrero y popular y el fortalecimiento de la teoría revolucionaria sobre el Estado y el imperialismo. La disputa es en todos los planos desde la calle hasta las palabras, desde la tierra hasta la fabrica, desde un vecino hasta los hermanos y hermanas de otros pueblos de nuestra patria grande. Debemos pensarnos como un todo. La lucha es país por país para lograr un continente que sea de los pueblos. La lucha es continental. Empieza en el barrio, en la escuela o en la fabrica pero se siente y se vive latinoamericana.
Los desafíos del campo popular
Esta situación deja muchas preguntas abiertas ¿Cómo ganar a la mayoría del pueblo en un proyecto verdaderamente democrático, redistributivo, soberano y humanista-ambiental? ¿Cómo comenzar a dar la lucha a niveles regionales ampliando nuestros campos de batalla? ¿Cuáles pueden ser los desafíos del nuevo gobierno y la lucha popular en la Argentina?
Las expectativas sociales con las que asume Alberto Fernández y el Frente de Todos exigen ponerle un freno al ajuste, asumir la agenda de los cuatro años de lucha popular: empezando por la urgencia del hambre, el trabajo y la producción y comenzar un ciclo redistributivo atado al crecimiento con base en nuestra soberanía nacional. La agenda del movimiento feminista de mujeres y disidencias debe ser parte integral de esta nueva etapa. En el plano regional los gestos han sido claros en cuales serán los nuevos aliados, su firmeza contra el golpe en Bolivia nos posiciona en solidaridad con los pueblos en lucha. Pero la realidad que nos deja estos oscuros años son de una profunda crisis económica por el saqueo macrista en pos capital financiero, los terratenientes y el FMI. Las clases dominantes siguen exigiendo “reformas estructurales”: laboral, previsional y fiscal. En un país donde el salario ha sido reducido de manera drástica a pedido del gran capital, siguen exigiendo una mayor superexplotación para el desarrollo de las economías centrales, a costa de la sangre de los y las trabajadoras. El superciclo de los precios de los commodities parece estar agotado, el país hiperendeudado, la cuestión de la deuda externa será crucial. Las mayores expectativas están en puestas en Vaca Muerta y la cuestión petrolera lo cual exige definir quiénes serán los principales perjudicados de la crisis, ¿quiénes la generaron o sus victimas? Esta será la definición fundamental. Esto exigirá medidas profundas que pongan en cuestión la matriz productiva dependiente y la distribución del ingreso, enfrentar a los que concentran poder y riquezas, investigar el saqueo de la deuda y acompañar la fuerza de las experiencias populares y movimientos sociales, que tienen que ser parte de las decisiones. Porque entendemos a la democracia como el poder real de la población sobre los destinos del Estado, la comunidad y la distribución de las riquezas, debemos mantener a fondo la unidad que nos llevó al triunfo electoral sin abandonar la calle y fortaleciendo la organización popular, mantener la movilización social, el protagonismo popular y el crecimiento de las experiencias de base, disputando en todas las esferas y proponiendo una nueva síntesis del campo popular en Argentina contribuyendo a los nuevos vientos de cambio en nuestra América para romper con la dependencia, el odio neocolonial y la moral capitalista, abriendo un camino liberador que desplace al dinero y la destrucción ambiental y ponga en el centro a la especie humana y a la naturaleza. Porque como decía Mariátegui “la verdad de nuestra época es la Revolución, que no es solamente la conquista del pan, sino también la conquista de la belleza”